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El lenguaje que utilizamos con nuestros hijos.

Los niños desde muy pequeños, prácticamente desde que nacen, son capaces de entender muchas de las cosas que quieres transmitirles. Para ellos, las palabras todavía no tienen sentido, pero sí lo tiene la manera en que les coges, les acunas o les hablas.
El tono de voz, la tensión de tus músculos, la expresión de tu cara... les dice mucho sobre ti y lo que te pasa. A los educadores nos toca aprender a utilizar todo este lenguaje no verbal para enseñar a los niños lo que queremos que aprendan.
Es esencial que a través de nuestro propio comportamiento transmitamos tranquilidad y confianza y logremos dar pistas sobre lo que deseamos conseguir; para ello:
• No vayas corriendo de un lado para otro buscando cosas o intentando resolver un montón de situaciones a la vez. El orden y las rutinas de las que hablamos en las anteriores páginas te permitirán disfrutar de la tranquilidad necesaria para poder educar otros aspectos.
• Intenta que todo tu cuerpo manifieste que controlas la situación. Los niños son muy sensibles a cualquier cambio de tu cuerpo, aunque tú no lo notes. Si te agobias porque llegáis tarde y le coges con más fuerza, si resoplas porque otra vez ha desobedecido, si le levantas la mano como si fueras a pegarle cuando se le cae el tenedor por cuarta vez... estás demostrándole a tu hijo que todo esto se escapa de tu control. En aquellas situaciones en las que más prisa tienes o más agobiado te encuentras, los niños se muestran mucho menos colaboradores. ¿Existirá alguna relación?
Sorprendentemente la calma les hace sentir tranquilos y eso contribuye a que todo vaya mucho mejor.
• Utiliza tu mirada. La mirada es uno de los componentes del lenguaje no verbal que más rápidamente aprenden los niños. Mirarles es darles atención y esto es algo que buscan continuamente. Fíjate en algunos ejemplos:
— Cuando los niños conocen la norma y sus consecuencias, suele bastar con mirarles de una forma determinada para recordársela.
— Si acompañas tu mirada con una sonrisa, tu hijo entenderá que está haciendo algo adecuado y tenderá a repetirlo.
— Si le retiras la mirada, le estás haciendo ver que su comportamiento es inadecuado y que debe cambiarlo para recuperar tu atención.
• Cuida tu tono de voz. A través de la voz podemos dar a conocer no sólo lo que queremos que el otro haga, sino nuestro estado de ánimo o las consecuencias de su acción. Intenta que tu voz transmita tranquilidad. Está demostrado que los gritos continuos, además de alterarnos y ponernos nerviosos, no funcionan para atraer la atención. Busca tu tono de voz, ese con el que te encuentras a gusto y que va con tu
forma de ser. Ése será el tono que tus hijos considerarán normal en ti y aprende a modularlo para diferenciar entre situaciones. Algunos padres, cuando están enfadados, hablan a sus hijos un poco más bajo de lo habitual. Pero, además de la intensidad de tu voz, hay otro componente importante. Se trata de la firmeza con la que dices las cosas. Tus hijos esperan de ti que resuelvas las situaciones, que les digas lo que tienen
que hacer... y por eso necesitan un tono firme, seguro, que no se ande por las ramas
ni con ambigüedades.
Un tono firme no es un grito, sino una expresión sencilla y clara de lo que deseas. Es una norma que se repite. Ese tono suele ir acompañado de una mirada directa y tranquila que deja claro al niño que por ahí no se va.
Ensaya tu tono delante de un espejo o con alguien que te pueda dar pistas sobre cómo mejorarlo. Empieza practicando con las normas que quieres instalar en tu hogar: «cuando hayas recogido veremos un poco la tele» o «después de cenar nos lavamos los dientes».
Te sorprenderá lo eficaz que llega a ser ese tono tranquilo y firme. Estamos sentando las bases de una comunicación eficaz.
• Sonríe a menudo. La mayoría de las veces actuamos con un rostro inexpresivo que sólo cambia cuando nos enfadamos con nuestros hijos. Funcionamos como autómatas persiguiendo que se cumplan las normas y ya está. Pero al hacerlo nos estamos olvidando del enorme poder que tiene la sonrisa. Al sonreír le transmitimos al niño la confianza que necesita para seguir adelante, para intentarlo de nuevo.
Además, nos hace cómplices de nuestro hijo y le estamos transmitiendo emociones positivas fundamentales en nuestra relación. Sonreír, sugerirle que ceda, iniciar un contacto físico en tono lúdico... son armas poderosas para acercarnos a nuestro hijo y superar situaciones de tensión.
• Recuerda: la forma de hablar es fundamental para que los niños obedezcan. Ve introduciendo pequeños cambios que te permitan sentirte más dueño de tu propia voz.
El lenguaje también es lo que decimos. Desde el momento en que el niño nace recibe una enorme cantidad de mensajes que le hablan de sí mismo, de los demás, de lo que debe hacer, de lo que está sintiendo... La mayoría de los mensajes los recibe de sus padres y educadores, pues es con ellos con los que pasa más tiempo.
Aunque parezca que no nos entiende, lo cierto es que nuestras palabras van calando en nuestro hijo creando los cimientos sobre los que se construye su forma de pensar, de sentir, de expresarse...
Los mensajes positivos, cargados de cariño, respeto y comprensión, facilitarán una personalidad confiada y madura; mientras que los mensajes negativos, que hieren o menosprecian, contribuyen a crear personalidades débiles, dependientes, etc.
Piensa en cómo te sentirías si recibieras continuamente mensajes como los siguientes:
— «Eres un desastre, un irresponsable y un desordenado».
— «No sabes hacer otra cosa que molestar e incomodar».
— «Me tienes harta: ¡déjame en paz y lárgate de aquí!».
— «Eres un mentiroso y un hipócrita».
— «Ya no me importas, no te quiero».
— «Deberías tomar buen ejemplo de tu hermano».
— «Cada día que pasa te portas peor».
— «No aprendes nunca, jamás conseguirás superar tu problema».
— «¿Es que no sabes estarte quieto, callado, etc.?».
— «¡Apártate de mi vista!».
— «Tú sigue así y nadie te querrá ni lograrás hacer amigos».
Posiblemente no muy bien. Los niños que únicamente reciben mensajes de este tipo terminan pensando que son un estorbo. Seguramente no se sentirán queridos ni valorados y su comportamiento, en lugar de mejorar, será cada día peor.
No tiene sentido educar cuando con los mensajes:
• Intentas hacer daño a tu hijo. No es cierto que para aprender haya que sufrir. Por lo tanto, es imprescindible que eliminemos los insultos.
• Le amenazas con retirarle tu cariño. ¿Qué persigues con eso? Es cierto que lo dices sin pensar y que no vas a cumplirlo, pero para tu hijo eres lo más importante y le duele que le hables así (si se lo repites muchas veces, dejará de afectarle). No le chantajees con los sentimientos. Recuerda que si tú lo haces, él aprenderá a hacerlo.
• Le tratas como un estorbo. Tu hijo es una persona valiosa. Aunque en este momento te esté persiguiendo por toda la casa para que juegues con él y tú tengas que dedicarte a otras cosas, no se merece que le trates como a un pañuelo de usar y tirar.
• Estamos comparándole con otras personas. Recuerda que las comparaciones son siempre odiosas, y más cuando en ellas salimos siempre perdiendo.

Solucionando conflictos con tus hijos.

El conflicto y las dificultades del día a día forman parte de la educación. No podemos olvidar que cuando educamos estamos ante un ser humano con sus propios intereses y necesidades. Tu hijo quiere jugar y tú que se duche; tu hijo quiere ver un poco más la tele y tú, que se acueste. Cada una de las partes implicadas persigue objetivos diferentes, y puesto que somos los adultos quienes controlamos la situación, deberemos intentar que cada vez que se acerquen a aquello que deseamos conseguir les sea beneficioso.
En todo este proceso es fundamental que no vivas el conflicto como una lucha armada contra tu hijo. No se trata de ver quién gana o quién puede más, pues a rabietas es posible que nadie venza a tu hijo. Cuando pretendemos que el otro haga lo que nosotros queremos a toda costa, lo más probable es que utilicemos cualquier método para conseguirlo como gritar o agredir, y eso no es bueno para nuestro hijo ni para la relación que queremos establecer con él.
Ten en cuenta que el conflicto es lo que nos permite encontrar soluciones y madurar.
En muchas ocasiones no es fácil aceptar que nuestro hijo se oponga, pues a veces lo vivimos como un desafío a nuestra autoridad. Relájate; la mayoría de las veces dice que NO como un juego, para ver qué pasa. No lo vivas como una forma de enfrentarse a ti.
Tu hijo no siempre va a obedecer a la primera; le llevará un tiempo aprender a obedecer en función de las consecuencias que tengan sus acciones. Si él te dice que NO y a ti te hace gracia, seguirá negándose a hacer lo que le pides. Y si te pones a su nivel, exigiéndole a toda costa que obedezca, lo más probable es que te encuentres con una persona mucho más cabezota que tú, que se mantendrá en sus trece hasta que tú cedas. Por eso es importante aprender a aceptar la negación de nuestro hijo (no significa dejarle hacer lo que quiera) y no vivirlo como una derrota personal.
Carece totalmente de sentido (y no es eficaz) correr detrás de él para que se siente a la mesa o arrastrarle para que se meta en el baño. Tu hijo aprenderá que las órdenes son un juego de perseguir y, normalmente, ellos juegan mejor.
En algunas familias se ha entrado en la dinámica de utilizar la fuerza física para que el niño obedezca. En cuanto se da una orden («es hora de bañarse», por ejemplo) el niño empieza a correr por toda la casa, riéndose a carcajada limpia (para él es un juego) y el padre empieza a correr detrás de él para atraparle, cada vez más enfadado.
Al final entramos en la provocación del niño, convertimos las órdenes en una lucha y eso no es educar.
Ten en cuenta que la fuerza física se agota y aunque es cierto que, en ocasiones, no queda más remedio que coger al niño para evitar situaciones peligrosas, debemos intentar utilizar estrategias que enseñen al niño a obedecer sin necesidad de que tengamos que forcejear con él para quitarle la ropa o atraparle en mitad del
pasillo para meterle en la bañera. Podemos enseñarles a comportarse de otra manera con estrategias más positivas y eficaces.
• Recuerda que todo lo que hagas, digas y compartas con tu hijo debe estar lleno de afecto. Una norma expresada con autoridad puede también ir llena de afecto. Dile que le quieres, abrázale, bésale...

Enseñar normas, ¿Qué hacer cuando tenemos hijos de diferentes edades?

Las normas básicas pueden y deben ser comunes. Está claro que no todos los hijos se deben acostar a la misma hora, pero tus hijos pueden aprender que la norma no es la hora en sí, sino que cada uno tiene un momento para irse a la cama.
Las normas de respeto hacia las personas y las cosas son para todos, así como aquellas dirigidas a cumplir con las responsabilidades de cada uno. Es conveniente que cada uno sepa que debe contribuir con algo para que la casa funcione bien. A veces conviene ponerlo por escrito en un lugar visible para todos: ¿de qué se
ocupa papá o mamá o el hermano mayor? Cada uno tendrá tareas en función de su edad y de sus capacidades.
¿Cómo y cuándo poner las normas?
Los límites y las rutinas deben estar presentes en nuestro hogar desde que el niño nace. Las necesidades básicas del bebé van estructurando una serie de acciones que se repiten en el día a día.
A medida que va adquiriendo nuevos comportamientos nos vamos dando cuenta de que es necesario ir poniendo límites. Así, por ejemplo, cuando empieza a desplazarse y empezamos a quitar todo lo que se le puede caer encima, también le vamos avisando del peligro y haciéndole ver que hay cosas que no puede tocar.
En ocasiones lo que ocurre es que nos parece haber llegado a una situación insostenible donde todo es un caos. La casa está totalmente desordenada, los niños se comportan de manera totalmente incontrolada, cualquier incidente nos desborda... en una palabra: no podemos más. Pues bien, incluso en estos casos, es posible recuperar o instalar unas normas.
Para hacerlo, dedica un tiempo a pensar qué es lo que quieres conseguir. No vale decir que deseas que los niños se porten bien; debes ser más específico y marcar objetivos que se puedan observar fácilmente: no vamos a gritar, no vamos a tirar las cosas, te vas a bañar solo, etc. Se trata de que marques claramente la norma, que todo el mundo sepa de qué estamos hablando.
• Recuerda que también es importante que no sean muchas. Elige aquellas que para ti son más importantes y empieza por ellas. Ya habrá tiempo de elegir otras.
Y aunque tu casa te parezca un desastre, confía en que las cosas pueden empezar a ser diferentes.


¿Quién pone las normas?

Las normas las pone el adulto. Tú eres quien sabe lo que quieres enseñar a tu hijo, aunque a veces te surjan dudas sobre el modo de conseguirlo.
La mayoría de las veces hemos tenido poco tiempo para pensar sobre todo esto.
Por eso, antes de precipitarse, es conveniente reflexionar sobre lo que deseamos conseguir.
Para ello:
• Valora lo que has recibido de tu educación y utiliza aquello que te ha sido útil. Recuerda la manera en la que tus padres te educaron y rescata lo que te ha ayudado a sentirte bien y a confiar en ti mismo. A lo mejor te ayudó que tus padres te enseñaran a cuidar los juguetes o a no conseguir todo aquello que pedías. También piensa en aquello que consideres que se podía haber hecho de una manera diferente para no repetirlo con tus hijos.
• Utiliza otros modelos. A lo largo de tu vida habrás encontrado otros estilos educativos (observando a otros padres, experiencia con maestros, etc.). Sírvete de lo que has visto para aplicarlo a tu forma de educar.
• Intenta tener claros los valores que deseas transmitir. Si por ejemplo para ti la sinceridad y el respeto son importantes, dales cabida en tus normas.
• Lee e infórmate. Existen estrategias y técnicas específicas que nos ayudan a acercarnos a los niños para participar en su proceso educativo.
En la elaboración de las normas es imprescindible que haya consenso entre los
adultos que educan al niño. Para lograrlo es necesario hablar con las personas implicadas,
intentando encontrar lo que realmente es mejor para el menor. Si a tu hijo
lo cuidan abuelos u otras personas, comunícales cuáles son las normas y qué vais a
hacer cuando se cumplan y cuando no.
Habla con tu pareja sobre lo que consideráis importante en la educación de vuestro hijo y estableced la manera de conseguirlo. No se trata de imponer nuestra forma de entender las cosas. Cada uno de vosotros ha sido educado en un contexto diferente y posiblemente hayáis vivido situaciones distintas. Intentad llegar a
un consenso.
A veces ayuda hablar con otras personas (padres, profesores, psicólogos, etc.) pues nos dan pistas sobre la manera de abordar determinadas situaciones. Es cierto que sólo si estamos convencidos de que pueden ser útiles podremos asumir los consejos y orientaciones de los demás, por lo que es importante mantener una actitud abierta y reconocer que existen otros puntos de vista y maneras de hacer las cosas.
Cuando hayáis decidido las normas que queréis que regulen vuestra familia, deberéis hacer lo posible para mantenerlas. Es importante que las personas implicadas en la educación del niño sean constantes en la aplicación de las normas y así evitar que el niño reciba mensajes contradictorios.
Aunque cada familia pone las suyas, está claro que existe una serie de normas imprescindibles para garantizar la convivencia y un adecuado desarrollo de los niños.
Son normas esenciales:
• Las que respetan sus necesidades básicas: horas de comer y de ir a la cama,
fundamentalmente.
• Las que le enseñan a respetar a los demás y a las cosas: no se insulta, ni
se grita, ni se pega; no se tiran las cosas ni se rompen los juguetes...
• Las que permiten un adecuado desarrollo de su autonomía: dejamos que
los niños hagan solos lo que pueden hacer por sí mismos.

Diez pistas para tener en cuenta al educar a tus hijos.

Seguir estas simples recomendaciones harán que den un salto de calidad en la educación de tus hijos.

• Mira a tu alrededor. Pararse a ver lo que sucede es el primer paso para iniciar cualquier cambio.
• Ten en cuenta el momento evolutivo de tu hijo: te dará pistas para favorecer su crecimiento.
• Acepta a tu hijo tal y como es, no le compares con nadie. Demuéstrale que le quieres porque desde ahí es mucho más fácil educar.
• No te olvides del horario; saber en cada momento lo que hay que hacer os ayudará a todos.
• Organiza la casa de manera que cada cosa tenga su lugar. Eso os permitirá ahorrar mucho tiempo y esfuerzo.
• Cuida la relación con tu hijo y aprende a disfrutar con él.
• Favorece la comunicación entre todos los miembros de la familia. Los demás no saben lo que piensas si no se lo dices.
• Evita la sobreprotección, el autoritarismo o la falta de disciplina; no son la mejor manera de educar.
• No dudes en reflexionar continuamente sobre tu forma de educar; eso te permitirá resolver las dificultades con más seguridad.
• Siéntete orgulloso de la identidad de tu familia. No hay dos familias iguales y lo importante es que cada una vaya eligiendo lo que desea ser.



Solución para eliminar estrías.

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