Cuando uno tiene un hijo todo el mundo se cree con el derecho de opinar. Lo peor es cuando encima se creen capaces de hacerlo. Nadie ha
tenido un bebé como el que usted tiene, nadie tiene una familia igual y nadie vive como usted; por lo tanto, nadie sabe lo que siente ni
exactamente por qué hace lo que hace ni por qué le suceden las cosas que le suceden. Así que debe mantener la prudencia ante esas personas
tan bien intencionadas.
El problema es que muchas de ellas son personas próximas a nosotros y queridas, como una madre, una hermana o una amiga. A las
personas de la calle puede evitarlas (si mi carnicera me censura, puedo ir a otra), pero a una madre o a una amiga no; las verá aunque no quiera.
¿Qué hacer para minimizar sus intervenciones y continuar con su amistad? Veamos:
o Ignorar, asentir y distraer.
Imagine que su amiga le está hablando de lo mal que está haciendo en llevar a su hijo siempre consigo. Puede ignorarla, es decir, escuchar
y no hacer caso; ella contenta y usted también. Puede asentir en las cosas que cree que le sirven (no siempre todo el discurso va a ser
negativo); ella pensará que le da la razón y usted hará lo que quiera. Por último, puede distraer, es decir, si ve que saca un tema en el que no
le va a gustar lo que va a comentar siempre puede preguntar: «Por cierto, ¿te apetece un café mientras hablamos? Ven, que verás en la
cocina... ». O, por ejemplo: «¡Ah! Perdona que te interrumpa pero me escapo un momento al baño que no puedo más». O, el socorrido:
«Hablando de niños... ¿Qué tal tu novio?». En este caso, se ríen las dos un rato.
o Dar información o mencionar a un profesional.
Ninguna madre (y padre) hace las cosas porque sí. Normalmente, antes de tomar una decisión sobre su hijo ha leído libros o ha hablado con
su pediatra. Ante una persona que le lleve la contraria, utilice como argumento aquella información que avale lo que usted piensa. En el raro
supuesto de que haya dos opiniones suficientemente contrastadas, cuando la otra persona le diga las suyas, haga como una amiga mía, que
le dijo a su sue gra:7 «Sí, en este caso hay dos caminos, y nosotros queremos ir por éste».
o Mejorar su uso del lenguaje.
A veces vale la pena tener preparadas (incluso memorizadas) las respuestas.
Cuando la gente de mi alrededor «criticaba» la lactancia de mi hijo con tan sólo un año, aprendí respuestas del tipo
«Es que la OMS (Organización Mundial de la Salud) y Unicef dicen que se debería amamantar en exclusiva hasta los 6 meses, y luego hasta
mínimo 1 año o los 2 años». Cuando mi pequeño hizo año y medio me volví más irónica y tenía respuestas del tipo «Es que mi religión me
prohibe destetar». La verdad es que cuando nombras la religión la gente desiste de convencerte. Como mucho me preguntaban: «¿Y qué
religión es ésta?», y yo les respondía: «Filioegoísta practicante», es decir, que doy prioridad a mi hijo por encima de todo. Cuando mi hijo
tenía 2 años o 2 y medio, mis respuestas cambiaron, y un simple «Es que me gusta más así» acallaba muchas discusiones.
o Dar a conocer nuestros sentimientos.
Se supone que las personas que le taladran los oídos son personas cercanas y queridas (si no lo son, a veces no vale la pena hacer nada;
simplemente ignórelas); por lo tanto, podemos explicarles cómo nos hacen sentir y les vamos a pedir que, en virtud de ese amor y/o amistad,
no prosigan. No vamos a hablar de hechos, porque cada uno los puede interpretar de una manera, sino de sentimientos, y nadie le puede
discutir los suyos (usted es la única que sabe cómo se siente).
El discurso o la petición se compone de las siguientes partes:
■ Cuando tú... (aquí decimos lo que no nos gusta de lo que estamos oyendo).
■ Yo me siento... (explicar lo que nos duele con esa crítica).
■ Preferiría... (le pedimos que, como persona cercana y que nos ama, no siga por ese camino; incluso le podemos mostrar el que tiene que
seguir).
Por ejemplo: «Cuando tú, querida suegra, me dices que el niño se queda con hambre, yo me siento mal porque pones en duda mi capacidad
de amamantar. Preferiría que no comentaras esto en casa». «Cuando tú, estimada esposa, me dices que no baño bien al niño, me siento
triste y con pocas ganas de hacerlo al día siguiente, porque ya sé lo que tendré que oír. Preferiría que no me lo dijeras más y que, si quieres
ayudar, estés a mi lado un par de días para observar en qué nos diferenciamos tú y yo». Nadie se puede enfadar ante un comentario así,
porque no le negamos (ni le damos) la razón; no hablamos de quién tiene razón sobre los hechos, sino tan sólo de sentimientos, y eso nadie
lo puede rebatir.
o Elegirlas batallas.
No vale la pena neutralizar todas las críticas y comentarios que le van a hacer: ceda en los insignificantes y «pelee» en los más importantes.
Si su madre le dice que hace frío en la casa para el niño, intente subir un ratito el termostato en lugar de soltarle un discurso. Si su amiga le
dice que es mejor que le ponga la bufanda por fuera del abrigo (o por dentro), puede hacerlo así ese día y luego usted lo hace como quiera.
o Buscar gente como usted.
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Hay grupos de padres que piensan como usted, asociaciones, encuentros reales y virtuales... Si se rodea de gente más acorde a su manera
de pensar, estará mejor, y dudará menos ante esas personas que pueden hacer bailar sus cimientos.
o «No se puede hablar del océano con una rana de charco» (dicho popular).
Por último, piense que hay gente con la que no se puede razonar, ni argumentar, ni convencer. Personas que no saben lo que es la crianza ni
se pueden poner en su lugar. Existen y son difíciles de neutralizar. Intente entender que son así y haga lo que pueda, siguiendo los consejos
anteriores.
El adultocentrismo
El adultocentrismo sería esa forma de pensar y de actuar de algunos adultos que se creen superiores a los niños y conside ran que tienen más
derechos que ellos. Es una forma de educar basada en la obediencia ciega y en la idea de que las normas se imponen de arriba abajo, es decir,
de padres a hijos. Un concepto por el cual el padre no se equivoca nunca; si lo hace, se intenta ocultar; y, si es muy evidente, se excusa. Todo con
tal de no pedir perdón.
Muchos padres creen todavía que ellos son los únicos que están en posesión de la verdad y no escuchan las magníficas ideas que les dan sus
hijos.
El adultocentrismo es un forma de inseguridad, porque muchos se escudan en ideas de este tipo: «Es que si yo no mando me van a tomar el
pelo», «Es que si no me pongo de mal humor van a hacer lo que quieran». En el fondo es gente insegura que tiene miedo de que alguien pueda
superarles y hacen del ataque su mejor defensa. En una familia no se debería atacar ni defender, sino hablar y comprender.
Intente hacer un ejercicio de humildad de cuántas veces le pasan estas cosas y procure solucionarlas para conseguir una crianza feliz.
Límites
Cualquier límite es un obstáculo para una crianza feliz, de igual manera que si existen en una pareja son un impedimento para que los novios sean
felices (al menos los dos a la vez). Yo no limito a mi marido, ni mi marido a mí: simplemente hemos hablado de lo que nos va bien en nuestra
convivencia y lo hacemos.
Si ustedes van a una conferencia que se titula «Poner límites», todo el mundo da por supuesto que tratará sobre niños, puesto que en los
mayores no se utiliza. Pues bien, eso no es justo.
La palabra «límite» es una coacción a la libertad y por eso no me gusta. Hemos de hablar a nuestros hijos de valores y no de límites.
En mi casa no robamos, no porque tengamos ese límite, sino porque nuestros padres nos inculcaron el valor de la honradez.
Chimo (3 años) acababa de empezar la escuela y se escapaba de la clase hacia el patio siempre que podía sin hacer caso a la profesora.
La maestra le dijo a la madre que el niño no tenía límites y había que ponérselos. Pues no. El niño no tiene motivación (dale algo mejor que el
salir al patio y se va a quedar en clase hasta que quieras); puede que no tenga valores (no tiene respeto a los compañeros o a la señorita),
pero no vamos a emplear una palabra que nunca utilizaríamos con un adulto en el mismo caso.
El hecho de usar la palabra «límite» casi exclusivamente con niños es un claro ejemplo de adultocentrismo. Es una palabra que no usamos en ningún momento.
Hábitos rutinarios y rutinas habituales
Cuando era pequeña me gustaba leer. Un buen día se puso de moda que desde el colegio se debía impulsar el hábito de la lectura; nos dieron un
listado de libros para leer en casa y hacer un trabajo sobre ellos. ¡Qué aburrimiento! Se me acabó la afición a la lectura (aunque algunos me
gustaron). Gracias a Dios, el colegio se terminó pronto y en la universidad no se les ocurrió implantar el hábito de la lectura, y volví a disfrutar de
este placer.
Se intentan crear hábitos en los niños pensando que se les hace un bien, cuando lo que hemos de inculcar es la pasión y las ganas de hacer
una cosa; yo me ducho no porque sea un hábito rutinario para mí, sino porque me gusta ir limpia. Si te agrada ir limpia te ducharás, y si es sólo un
hábito lo harás a regañadientes o te lo saltarás de tanto en tanto. El día en que leer sea sólo un hábito en lugar de un placer, no lo haré: hemos de
incentivar la motivación en lugar de instaurar la rutina en nuestra vida. Las cosas serán más agradables y la vida más feliz.
Por Patricia.
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