Los niños que han recibido los cuidados adecuados y a los que se les ha preservado su hábitat van creciendo y necesitan sentir además que son respetados en aquello que realizan. Pero no sólo en lo que hacen, sino en el tiempo que tardan en hacerlo.
Cada niño tiene su ritmo, y querer forzarlo hace que el niño sienta que hace mal las cosas. La introducción forzada de alimento, los métodos traumáticos para que el niño duerma y los castigos severos ante el control de esfínteres van a provocar un menoscabo de la autoestima del menor.
Entre los 7 y los 24 meses, la mayoría de niños suelen presentar ansiedad. Para el profesional entrenado es fácilmente observable mediante tests musculares, o con la forma de garabatear cuando ya son algo mayores. ¿Por qué? Pues porque se les obliga a ir a un ritmo sin tener en cuenta el suyo. Como citaba al principio de este apartado, «las personas hervimos a diferentes temperaturas»; esto es, cada una necesita un tiempo distinto para hacer y adaptarse a las cosas. Los niños también.
Pero con los niños no se tiene en cuenta. Es normal saber andar entre los 11 y los 18 meses, pero como usted tenga un bebé que no sepa andar alrededor del año ya le van a mirar mal. La enuresis (hacerse pipí) no se considera problemática hasta pasados los 5 años, pero como su hijo vaya a la escuela con 3 años y lleve pañal le mirarán mal.
Los niños entre 7 y 24 meses son forzados en los aspectos más importantes de su vida, ya que en esa edad es cuando se dan los mayores aprendizajes:
o La alimentación complementaria.
o La deambulación (gatear, andar).
o La superación de la angustia de separación.
o El control de esfínteres.
Pero no se respetan sus tiempos y el día en que el niño cumple los 7 meses nos lanzamos como locos a una carrera para que tome papillas, o llegados los 2 años queremos sacar el pañal cueste lo que cueste en un par de días. Total, si otros lo consiguen, ¿por qué no el nuestro? Pues no tiene por qué ser así: cada niño tiene su tiempo.
El problema radica en que cuando un bebé nace, la sociedad les regala a los padres dos valiosos objetos virtuales para su crianza: un cronómetro y un aro. Así, desde que el niño nace, el juego consiste en hacerle pasar por el aro al mismo tiempo que los demás. Es decir, llega el séptimo mes y, como la mayoría ya come papilla, el nuestro es obligado a tomarla, cuando la lactancia debe ser mayoritaria hasta el año y la papilla sólo es un «extra».
Resulta que llega el segundo año y nos ponemos como locos a quitarle el pañal sin mirar si está preparado: un niño no preparado, en lugar de controlar esfínteres, lo único que hace es contracturar la musculatura de la pelvis y realiza un mal aprendizaje.
No cree un problema donde no lo hay. Antes de forzar a su hijo, busque bien los periodos «normales» de adquisición de cada una de estas metas y no se deje guiar por los valores más frecuentes, ya que cada niño tiene su ritmo. Los otros niños son ordinarios, pero el suyo es extraordinario.
El tiempo respetado es la necesidad que tiene el niño de que se respete su tiempo de adquisición por varios motivos:
o Porque no hacerlo le produce ansiedad.
o Porque los periodos normales son más amplios de lo que se suele decir.
o Porque el cerebro del niño en esta etapa sólo tiene memoria implícita. La grabación de esos momentos de sufrimiento, debido a que es forzado, reñido o castigado por no adquirir unas metas para las que no está preparado, dejan una huella indeleble en él.
¿Cómo respetar el tiempo?
Hay que estar muy atentos al bebé y a sus señales. Él irá indicando el camino de cada una de estas metas. Por si no sabe verlo, su pediatra le indicará el momento más frecuente; cuando llegue ese día, intente estar más atento. Respecto a las principales metas que hemos comentado (comida, sueño, control de esfínteres y retirada del pañal).
¿Qué se le transmite al bebé con el tiempo respetado?
Un bebé al que se le respeta su ritmo de adquisición siente que es considerado, que lo que hace normalmente está bien. Si a usted le dijeran que hace las cosas bien, ¿no sentiría crecer su autoestima por momentos? Nuestros hijos también.
En cambio, si le dice que debe comer más, que debe dormir mejor, que haga menos pis... ¿no cree que su autoestima bajará?
Si su hijo se mueve dentro de una normalidad, no lo dude y respete sus tiempos y su ritmo.
El tiempo respetado no puede ir separado de la preservación del hábitat. Así, un niño al que en un primer momento se le dijo que era valioso, y ahora además sabe que se le respeta y que hace las cosas bien, será un adulto fuerte emocionalmente, seguro, con una sana autoestima y un apego sólido hacia sus progenitores.
Principales preocupaciones de los padres en este periodo
o La provocación.
Imaginen a un bebé de 8 meses sentado a la mesa. Coge un vaso de cristal y lo lleva hacia el borde mientras nos mira. Cuando lo vemos es demasiado tarde, el vaso está en el suelo hecho añicos. Le regañamos. Pero él no entiende: «Mamá se debe equivocar, con lo bonito que ha sido todo. Seguro que me regaña por otra cosa. Es imposible que sea por esto».
Al día siguiente se repite la historia. El niño coge el vaso y mira a su madre mientras lo lleva hacia el borde. La madre le dice: «¡No!»; pero el niño se ríe y sigue sin hacerle caso porque piensa: «Mamá, espera, si es bonito... Se cae y salen más trozos y hace ruido... Yo te lo muestro». Puede que la madre siga diciendo «¡No!» y el niño, mirándola con cara de pillo, llevará poco a poco el vaso hacia el borde hasta que la madre se lo quite o el niño pare y se quede contrariado.
La experiencia del niño es que aquello no es malo (incluso es divertido) y no entiende el daño que encierra aquella acción. Seguramente esta escena se repetirá más veces, puesto que la única forma que tiene de saber si una cosa está bien o mal es haciéndola y mirando en la cara de sus padres el resultado de lo que ha hecho.
El próximo día que lo haga sus padres comentarán: «Lo ves, ¡nos provoca! Ya le hemos dicho que no, ya se lo hemos quitado varias veces y él lo sigue haciendo, y encima lo hace poco a poco y se ríe mientras nos mira».
Este comportamiento suele tenerlo también con sus juguetes. Coge uno y lo tira. «¡Qué divertido, hace ruido y encima viene mamá y me lo devuelve!». La segunda vez la mamá ya le dice que no lo haga más, pero se lo recoge; y la tercera vez el niño coge el juguete, mira a la madre con cara de diversión y poco a poco le muestra sus intenciones de volverlo a tirar. No la está provocando, sino que juega con ella, como los perritos a los que les tiramos un palo, «yo tiro y tú recoges»; pero aparte está diciéndole a su madre: «¿No ves lo divertido que es esto?». Y como su madre le está dando a entender con su cara que no le parece divertido, él quiere comprobar si es por el juguete («¡No puede ser que por esto mi madre se ponga así; voy a repetirlo porque le voy a enseñar que no hay de qué preocuparse!»).
Ya lo ven, lo que son simples comprobaciones sobre si una cosa está bien o mal, o si su madre puede ver las cosas igual que lo hace él podemos interpretarlas como un reto, una provocación o una puesta a prueba. Pero no es eso.
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