Además del horario, es conveniente que en nuestro hogar existan una serie
de normas que contribuyan a un crecimiento sano de nuestros hijos, y al desarrollo
de una convivencia adecuada.
Algunos padres piensan que sus hijos no son capaces de entenderles hasta que
no han adquirido un nivel suficiente de lenguaje. Pero lo cierto es que los niños, antes
de pronunciar cualquier palabra, son capaces de comprender muchos mensajes.
Para que sean realmente útiles las normas deben ser:
• Claras y sencillas. No pierdas el tiempo con demasiadas instrucciones, pues
lo más probable es que tu hijo pequeño no las entienda. Y cuando son mayores, si
nos alargamos demasiado con las normas, podemos caer en el error de sermonearles
continuamente. Así que, si ese objeto no se toca, dile: «Eso no se toca» en lugar
de: «¡Estoy harto de que toques todo lo que encuentras! ¡Deja eso inmediatamente
en su sitio si no quieres tener problemas!».
• Coherentes. Es importante que no sean el resultado de un impulso o una improvisación.
Las normas deben pensarse para no aplicarlas de forma arbitraria.
• Descritas con sus consecuencias. Tu hijo debe aprender qué pasa si no
cumple con la norma. Las consecuencias deben estar claramente definidas y ser conocidas
por todos.
• Firmes. Como veremos más adelante, el tono de voz con el que te diriges a tu hijo
va a ser fundamental para transmitirle la importancia de la norma. Ni hablar alto ni de
forma agresiva conseguirá mayor efecto que si te diriges a él de una forma clara y firme.
• Para todos. Todos debemos cumplirlas. De nada servirá que le digas a tu hijo
que hay que comérselo todo si a ti no te gusta la mayoría de los alimentos o que debe
leer si tú no coges un libro. Tú eres el ejemplo. Por otro lado, las normas no son personalizadas.
Si nadie puede gritar, no se lo puedes permitir ni a tu hijo pequeño ni al mayor.
• Necesarias y suficientes. Elaborar un gran número de normas no garantiza
que tu hogar vaya a funcionar mejor. Es esencial que dediques un tiempo a elegir
aquellas normas especialmente importantes en tu casa, entre las que conviene destacar: el respeto hacia los demás y las cosas, contribuir al orden o responsabilizarse
de las tareas asignadas.
• Adaptadas al grado de maduración de tus hijos. Cada niño tiene su propio
ritmo de desarrollo y aceptarlo es fundamental para ir exigiéndole cosas. Cuando
establezcas las normas piensa en lo que tu hijo puede hacer; si le pides más, corres
el riesgo de que no lo consiga y eso aumentaría su inseguridad y frustración
(además de convertirse en una lucha continua); si le pides menos, estarías favoreciendo
la sobreprotección e impidiéndole crecer con confianza en sí mismo.
¿Quién pone las normas?
Las normas las pone el adulto. Tú eres quien sabe lo que quieres enseñar a tu
hijo, aunque a veces te surjan dudas sobre el modo de conseguirlo.
La mayoría de las veces hemos tenido poco tiempo para pensar sobre todo esto.
Por eso, antes de precipitarse, es conveniente reflexionar sobre lo que deseamos
conseguir.
Para ello:
• Valora lo que has recibido de tu educación y utiliza aquello que te ha sido útil.
Recuerda la manera en la que tus padres te educaron y rescata lo que te ha ayudado
a sentirte bien y a confiar en ti mismo. A lo mejor te ayudó que tus padres te enseñaran
a cuidar los juguetes o a no conseguir todo aquello que pedías. También
piensa en aquello que consideres que se podía haber hecho de una manera diferente
para no repetirlo con tus hijos.
• Utiliza otros modelos. A lo largo de tu vida habrás encontrado otros estilos
educativos (observando a otros padres, experiencia con maestros, etc.). Sírvete de
lo que has visto para aplicarlo a tu forma de educar.
• Intenta tener claros los valores que deseas transmitir. Si por ejemplo para ti la
sinceridad y el respeto son importantes, dales cabida en tus normas.
• Lee e infórmate. Existen estrategias y técnicas específicas que nos ayudan
a acercarnos a los niños para participar en su proceso educativo.
En la elaboración de las normas es imprescindible que haya consenso entre los
adultos que educan al niño. Para lograrlo es necesario hablar con las personas implicadas,
intentando encontrar lo que realmente es mejor para el menor. Si a tu hijo
lo cuidan abuelos u otras personas, comunícales cuáles son las normas y qué vais a
hacer cuando se cumplan y cuando no.
Habla con tu pareja sobre lo que consideráis importante en la educación de
vuestro hijo y estableced la manera de conseguirlo. No se trata de imponer nuestra
forma de entender las cosas. Cada uno de vosotros ha sido educado en un contexto
diferente y posiblemente hayáis vivido situaciones distintas. Intentad llegar a
un consenso.
A veces ayuda hablar con otras personas (padres, profesores, psicólogos, etc.)
pues nos dan pistas sobre la manera de abordar determinadas situaciones. Es cierto
que sólo si estamos convencidos de que pueden ser útiles podremos asumir los consejos
y orientaciones de los demás, por lo que es importante mantener una actitud
abierta y reconocer que existen otros puntos de vista y maneras de hacer las cosas.
Cuando hayáis decidido las normas que queréis que regulen vuestra familia,
deberéis hacer lo posible para mantenerlas. Es importante que las personas implicadas
en la educación del niño sean constantes en la aplicación de las normas y así
evitar que el niño reciba mensajes contradictorios.
Aunque cada familia pone las suyas, está claro que existe una serie de normas
imprescindibles para garantizar la convivencia y un adecuado desarrollo de los niños.
Son normas esenciales:
• Las que respetan sus necesidades básicas: horas de comer y de ir a la cama,
fundamentalmente.
• Las que le enseñan a respetar a los demás y a las cosas: no se insulta, ni
se grita, ni se pega; no se tiran las cosas ni se rompen los juguetes...
• Las que permiten un adecuado desarrollo de su autonomía: dejamos que
los niños hagan solos lo que pueden hacer por sí mismos.
• Las dirigidas a repartir las responsabilidades entre los miembros de la familia.
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