El parto de Lucio
Nunca se puede saber cómo va a ser un parto: aunque mi idea durante meses fue tenerlo en el agua, o por lo menos estar en el agua caliente durante las contracciones, finalmente no me moví de un metro cuadrado durante todo el trabajo de parto más que para ir al baño, y no se me hubiera antojado ni ir bajo la regadera. A pesar de eso, me sirvió mucho prepararme interiormente y visualizar el parto. Todo mi ser se estaba preparando. Soñé mucho con partos durante todo el embarazo; eran a veces muy raros –paría un negrito con barba, paría y seguía el bebé en la barriga…-, pero todos eran rápidos y sin dolor. Eso me ayudó mucho en tener confianza y en perder el miedo. Sentía que mi inconsciente se estaba preparando, buscando y encontrando soluciones. También me ayudaron mucho las lecturas que presentan a la mujer como actora de su parto, como due- ña de su cuerpo y teniendo los recursos necesarios para parir. Me encantó leer las experiencias de otras mujeres. Pensaba en todas las mujeres que habían parido durante siglos y llegué a sentir que hasta sola tenía que poder hacerlo, aunque sabía que no iba a pasar. En este punto sólo me podía visualizar pariendo parada, libre de mis movimientos y de mis actos. Finalmente, nadie había muerto por dolores de parto… En la preparación y en el momento del parto me ayudó también mucho la yoga; la yoga enseñó a mi cuerpo -y a mi alma- a no identificarse con el dolor, a exhalar profundamente para soltar toda tensión, toda resistencia, a sentirme fuerte y poderosa, a saber que tenía recursos insospechados y una sabiduría interna infalible que sólo hacía falta escuchar. No sabía qué iba a utilizar durante el parto, pero sabía que mi cuerpo y mi intuición me lo iban a decir. Ya ansiaba parir, quería esta confrontación, estaba curiosa de ver de cuáles recursos disponía mi cuerpo para librar esta batalla.
Y se rompió la fuente…
Me puse un poco nerviosa: ya había llegado el momento, ya no había marcha atrás… Y empezó el baile. Mis contracciones se hicieron sentir como dolores en la espalda baja. Seguí la sugerencia de la doctora que acababa de decirme que me doblara hacia delante e hiciera “el ocho” como en la danza del vientre para que se moviera el bebé con la espalda hacia mi barriga y no hacia mi columna vertebral. Y sentí que en cada contracción este movimiento me ayudaba a lidiar con el dolor. Realmente sentí cada contracción –ola de apertura, como las llamaba mi partera- como si me abrazara el dolor. Era a la vez una enfrentamiento, una batalla cuerpo a cuerpo y un abrazo cariñoso: como en el amor en que fuerza, ímpetu y violencia son el lenguaje de la ternura. Me apretaba el dolor con fuerza y yo me movía lentamente y rítmicamente como para permitirle fluir, para soltar un poco este apretón salvaje y para ayudarle a abrirme toda. Era como una agônia –una lucha- de igual a igual. El dolor era mi contrincante y mi aliado: me revelaba que no estaba ahí para aniquilarme y que podíamos ir de la mano para dar paso a este nuevo ser. Y siguió el combate amoroso siempre más fuerte, más intenso, e iba reacomodando mi postura: en cuatro puntos, moviendo la pelvis como una ola, sobre una rodilla y un pie, y finalmente en cuclillas. La doctora me comparó a un delfín, a un ave abriendo sus alas… y lo cierto es que hay mucho de animal en un parto. Otro de mis recursos fue la respiración y la voz. No tenía energía para decir chistes, pero reía interiormente pensando en los vecinos que debieron imaginar que tenía una noche de locura con un orgasmo a cada minuto –también me daba un poco de pena, pero no lo suficiente para inhibirme. Exhalaba como un fuelle y al final hasta cantaba. Salía de mí una voz desconocida, fuerte, ondulante. Ahí estaba mi compañero, ahí estaban las doctoras, pero realmente yo estaba en otra parte, luchando en otra dimensión con ese “enamigo” invisible. Sin embargo, todos ellos fueron de una ayuda inestimable. Mi compañero respondió a todas mis necesidades proferidas como órdenes y tomó parte activa en el nacimiento de Lucio, sosteniéndome debajo de las axilas y ayudando al trabajo de la gravedad. Las doctoras no intervinieron durante todo el trabajo de parto sólo para decirme, en el momento de la expulsión, que cerrara la garganta para llevar mi energía hacia abajo, y me ayudaron de manera vital con el bebé y para la expulsión de la plac
Por la profesora de yoga Stéphanie Fellay.
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